Cuanto a ustedes corresponde, lo mejor es
callarse. Entre las porquerías anda la cosa. Sus blasfemias, esas que visten
como ropas de gala, desprenden un hedor insoportable. Así que se maquillan día
tras día con sus éxitos cotidianos, o más bien, con la mutilación constante de
quien se encuentra a su lado. Sí es su mujer, o marido, o compañero alguno, le
aniquilarán lentamente hasta que a su lado se encuentre un maniquí absorto, en
coma, pensando qué hizo mal en su vida para tan dura tortura. Si son sus hijos,
cargarán todas sus frustraciones sobre ellos, exigiéndoles lo que nunca a ellos
se exigieron. Si son compañeros de trabajo, con cada triunfo suyo, deberán
jactarse, si es del vecino, deberán menospreciarlo. Querrán llegar a ser como
sus jefes, para tratar a las personas a su cargo, peor todavía de lo que a
ellos les trataron. ¿Saben ustedes lo que es trepar? Pues es deporte nacional
entre la calaña. Esperan poder vengarse, pagando con quien no tuvo la culpa, de
las tropelías sufridas. Pero sin embargo, si en el momento alguien se ofrece a
combatirlas, serán denunciados y criticados por los funestos.
Su vil estampa, tornará día a día más negra,
convirtiéndose en la vejez más absoluta y escalofriante. Esa que impide las
ganas de vivir. Jamás, y digo jamás, pues lo creo, disfrutarán de las cosas que
les lleguen. Sin embargo, envidiarán a todo aquel que en sus proximidades lo
haga. Inventarán si acaso historias, para desprestigiar a las personas felices,
pues no comprenden que puedan serlo. Serán capaces de vivir la vida de los
demás, metiéndose en cada uno de los rincones más privados, con tal de no tener
que vivir la suya propia. Eso, en mi pueblo, se llama vacío.
Sigamos pues describiendo a los individuos
objeto de estudio. Nunca serán capaces de mostrar primero su opinión ante
ningún debate, siempre esperaran a la voz cantante, para arrimarse a su sombra,
pues no vaya a ser, que la tempestad les toque. Pálidos, grises, hasta en sus ropas,
hasta en sus sueños. ¿Sueños? Pesadillas, o quizá ni eso, pues deberían
emocionarse con algo. Suelen renegar de emociones, de las fuertes aún más.
Contemplan el sexo como algo sucio, criticando cualquier práctica de cara a la
galería y cometiendo, las peores
barbaridades de puertas a dentro.
El pesimismo es reinante entre las huestes de
los lúgubres de espíritu. Jamás podrán ver el lado positivo, sobre todo si
están hablando de las circunstancias de otra persona. Todo serán miedos, malas
palabras. Todo será turbio y escabroso. No podrán fiarse nunca de nadie y por
lo tanto, no podrán amar.
¿Amor? Esa palabra es muy grande, para todos,
sí, pero para ellos es inmensa. Para poder amar, hay que conocer la empatía,
comprender, solidarizarse, admirar, compartir, todo ello, acciones impensables
en el mundo de los grises.
Para despedirme, quiero dedicarle unas
palabras al ejército desmoralizador que campa a sus anchas, en las lindes del
mundo. Señoras, señores, vivan, respiren, sientan, sueñen, amen. Dejen detrás
las envidias y los miedos y cojan de la mano a sus vecinos, acaricien, besen,
griten, y manifiéstense. No estén, ¡molesten! Destaquen por algo, que no sea el
cotilleo, que no sea la conjura. Hablen alto y claro, no murmurando
improperios. Miren al frente y sonrían. Entreguen el pecho abierto para que les
lleguen las cosas sin impedimentos. Compartan! Vistan de colores y sean
escandalosos. Opinen. ¡¡¡Vivan, vivan, vivan!!!
Dedicado a todos aquellos que sufren a la
masa abominable que embadurna todo.
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